Obispo¿EL «DIOS DE LOS HORRORES» O EL «DIOS DE LOS AMORES»?
Carta abierta al Presidente de la Conferencia Episcopal Española
JAIRO DEL AGUA, jairoagua@gmail.com
MADRID.

ECLESALIA, 10/10/14.- Muy estimado D. Ricardo: Le confieso, para empezar, que le tengo a Ud. una enorme simpatía. No porque sea Arzobispo y futuro Cardenal de nuestra Iglesia. Esas son funciones o ministerios que en nada les hacen superiores a los «carboneros de la fe» como un servidor.

Le tengo simpatía porque su rostro refleja bondad y paz. Eso me anima y me estimula. «Paz y Bien» no es solo un saludo franciscano, es una genial síntesis del Evangelio que Ud. me recuerda solo con verle.

El motivo de estas letras es el cuestionamiento que me provocó, hace no mucho tiempo, esta pública frase suya: «Afirmar que Dios existe no es una amenaza para nadie» (en la presentación del libro “Pensamiento Social Cristiano abierto al siglo XXI” de Sal Terrae). Pues depende. Si hablamos del Abba, revelado por el Señor, su frase es perfecta.

¿Pero qué se nos enseña en nuestra Iglesia desde pequeñitos? Permítame expresarme con sinceridad desde el barro terrenal que pisamos los laicos, desde aquí «abajo». Y acompáñeme, por favor, en un brevísimo repaso de la llamada «historia de la salvación». La que llevamos los católicos en nuestro consciente o subconsciente, la que se sigue enseñando a niños y adultos:

  1. El Creador nos llama a la vida por amor y sitúa a la primera pareja humana en un paraíso, donde -dicen- disfrutaron de dones preternaturales e inmortalidad. Yo no creo en tales dones, pero es bonito imaginarlo.
    Ese paraíso debió ser muy pequeño por el poco uso que tuvo. Ya que, al poco tiempo, nuestros primeros padres cometen un pecado, un solo pecado, casi podemos decir un pecadillo, y son desterrados.
  2. El «dios del destierro y el castigo». Poco duró la bondad y el amor del Creador. Sin haber tenido aún descendencia, nuestros padres son fulminantemente condenados al destierro, al dolor y a la muerte.
    Con el agravante de que ese destierro y castigo no solo fue para ellos, sino para todos, absolutamente para todos sus descendientes. ¿Y qué culpa tengo yo de lo que hicieron mis primeros ancestros hace miles de años?
  3. El «dios aniquilador». Más tarde, no contento con lo anterior, aquel buen Creador del principio se convierte en un «agua fiestas» -nunca mejor dicho- y aniquila por ahogamiento a toda la humanidad, menos a Noé y su familia. Le aseguro que nunca me han explicado muy bien por qué.
  4. El «dios tentador e infanticida» aparece más tarde y manda matar al hijo único para «probar» la fidelidad del padre, Abraham, que era -al parecer- una buena persona que adoraba al Dios único. Pero, precisamente por eso, le empuja al extremo para «probar» su ya habitual fidelidad y obediencia.
    Le aseguro que, a los cristianos de hoy, ese «dios» nos parece horrible y «su voluntad» caprichosa nos atemoriza enormemente. Rezamos por obligación, con temor y pavor, eso de «hágase tu voluntad», pero interiormente abrimos el paraguas y nos escaqueamos… por si acaso. Muchos piensan: ¡Bueno, a mí que no me mire y que pase de largo!
  5. El «dios vengador», que libera a los buenos descendientes de Abraham de la esclavitud egipcia. Pero se venga de los egipcios de una forma espantosa con siete plagas, degüella a los primogénitos y termina ahogando (esto de ahogar ya nos suena) a su ejército en el Mar Rojo.
  6. El «dios de la arena» es el mismo que liberó a los israelitas con «brazo poderoso» de la esclavitud. Pero les hace tragar polvo por el desierto durante 40 largos años. Y, mientras vagaban, manda matar a algunos miles, por causas diversas, a través de su elegido Moisés.
    Menos mal que hay una promesa de aposentarles en una «tierra que mana leche y miel». Pero a nuestros niños -y no tan niños- del siglo actual les vendrá rápidamente a la imaginación el arriero que hace andar al burro poniéndole una zanahoria inalcanzable delante del hocico.
  7. El «dios del exterminio». Por fin el «pueblo elegido» sale del desierto y empieza a conquistar territorio. La orden que recibe de lo alto es la de exterminar a hombres, mujeres, niños, animales y hasta plantas de los pueblos conquistados. Después en el transcurrir histórico de aquel pueblo bárbaro abundarán las órdenes divinas de matar, vengar, masacrar, traicionar, sembrar el hambre, etc. Un «dios» muy amable éste…
  8. El «dios de la ira» y el «dios castigador», u otras denominaciones parecidas, acompañará a los israelitas en toda su historia de triunfos y derrotas. Es comprensible que se obsesionaran con el «perdón de los pecados» y la reparadora «expiación» para evitar las peligrosas reacciones de ese «dios». (Aunque, bien es verdad, aparecerán destellos del Dios de la bondad, de la ternura y del amor. En ocasiones o libros concretos de forma fulgurante y con una fuerza que hoy no debemos desaprovechar).
  9. El «dios cobrador». Para no alargarme, me salto más escenas del AT y me sitúo en el Nuevo donde, por fin, va a ser rescatada y salvada la humanidad. Naturalmente la obsesión judía por la «expiación» sigue presente en los judeocristianos.

Por eso interpretarán y nos trasmitirán que el Hijo encarnado, con su crucifixión y muerte, paga al Padre «el precio de nuestros pecados». Vuelve a salir la obsesión judía por los pecados.

Con esta sangrienta «expiación» salda todas las ofensas hechas a Dios por los hombres de todos los tiempos, quedamos redimidos y salvados para siempre. ¡Pero ojo! Seguiremos naciendo con el estigma del destierro de nuestros padres, eso que llaman «pecado original», que necesitará determinado rito y fórmula para ser perdonado.

¡Pobres niños -pensamos muchos- que nacen ya con esta hipoteca, a pesar del infinito pago realizado! Y si no hay tal rito, los niños al limbo (últimamente dicen que este sitio ya no existe) y los adultos al infierno.

Y todo esto lo quieren Uds. hacer casar con la revelación del Abba (el Papá Amor), con la parábola del «hijo pródigo», con el perdón setenta veces siete, con la búsqueda apasionada de la oveja perdida, etc. Es decir, combinan lo que es imposible de combinar: el «dios cobrador» con el Evangelio de Jesús, el «dios de los horrores» judío con el «Dios de los amores» cristiano.

E insisten en hacernos creer que el «dios cobrador», precisamente por amor a los hombres, hizo pagar a su Hijo de forma cruel e inhumana el precio de todos nuestros pecados. A cualquier rapaz o adulto de este siglo no le parecerá muy coherente tal explicación. Pero como lo dicen los curas «sabios» que mandan… Además, si no les crees -dicen amenazantes- te vas al infierno de patitas.

Esta historia, insisto, es la que todos los católicos hemos interiorizado durante años, la que nos siguen recordando muchas «lecturas oficiales» en la santa Misa o en el Oficio Divino, la que explícita o implícitamente contiene el Catecismo oficial, etc.

Yo le pregunto: ¿Sigue Ud. creyendo que «afirmar que Dios existe no es una amenaza para nadie»?

A mí me parece peligrosísimo creer en ese «dios de las mil caras», a cual más aborrecible, que Uds. nos enseñaron y siguen enseñando porque no han sabido salir del AT. Por eso muchos, cada vez más, huyen con cierta coherencia de ese «dios» y se refugian en el agnosticismo, el ateísmo o la indiferencia. Por eso nuestros jóvenes abandonan las iglesias y probablemente la fe.

Aunque estoy seguro que en su más íntima interioridad intuyen que existe «Algo» o «Alguien» del que hay que huir. Y para protegerse insisten en su negación. Recuerde la no muy lejana campaña de los ateos: «Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida». Le aseguro que yo les comprendo perfectamente.

Me pregunto muchas veces si Uds., los dirigentes cristianos -católicos y no católicos- se han dado cuenta de que estamos en el siglo XXI y que hay pasajes bíblicos que hay que archivar porque son historietas para otros, para un pueblo bárbaro y primitivo, no para nosotros. Para nosotros la actualizada «historia de la salvación» comienza en un establo de Belén, donde un «Dios niño», frágil y humilde, rompe radicalmente con los «dioses antiguos».

Evidentemente esos «dioses» son ídolos del pasado, que Uds. se empeñan en restregarnos por la conciencia, provocando terror en unos y en otros la desbandada. Mientras se olvidan bastante del Dios único y verdadero, que no puede ser más que Luz perpetua, como dice Juan al comienzo de su Evangelio, y que se nos va haciendo visible a medida que maduran nuestros ojos.

Un Dios que no puede ser distinto a la Bondad infinita que nos busca, al Amor incondicional que nos lava las heridas y nos abraza… Que nos tiene perdonados desde la eternidad. Que lo que quiere es que NO seamos «hijos pobres, hambrientos y doloridos de un Padre millonario».

Volver al Evangelio nos ayudará mucho a encontrarlo, a pesar de las heridas de nuestra «educación» pasada. Pero observamos un inamovible esfuerzo de Uds. por mirar atrás, mientras muchos intentamos mirar hacia adelante por pura necesidad de supervivencia espiritual. (Qué paradoja ¿verdad?).

Por eso nos refugiamos en el trato permanente con el Divino Maestro de cuyos labios nos llegan consuelos y luces indescriptibles. En muchas ocasiones esas luces no coinciden con lo que Uds. insisten en enseñar como «doctrina segura» o lo que nos obligan a rezar o leer en la Liturgia oficial.

Supongo que eso también incide en la pérdida de credibilidad que Uds. están cosechando en nuestra época. No tienen más que consultar las encuestas, que Uds. mismos deberían realizar entre los católicos, para descubrir el «sensus fidelium».

Es ciertísimo que «A Dios nadie le ha visto jamás» (Jn 1,18 y 1Jn 4,12) pero su Luz nos llegó a través de su Hijo y nos llega permanentemente desde el interior, donde nace y prospera su reino.

A esa Luz, los que buscamos y queremos ver, jamás la podremos tener miedo. Ni la podremos confundir con los «dioses» (imágenes primitivas) del AT, por mucho que Uds. insistan en hacérnoslas tragar a la fuerza.

Los seguidores de Jesús de Nazaret estamos seguros que el «Dios de los amores» es el único y verdadero Dios. Y que las primitivas escenas del «dios de los horrores» no se pueden mezclar con el vino nuevo del Evangelio.

Mostrar HOY a nuestros niños un «dios monstruo», extraído del AT, aunque sea con simpáticos dibujos, es un grave escándalo que merece «rueda de molino».

Antes o después se darán cuenta de la «monstruosidad» que les enseñaron y que su ingenuidad infantil memorizó sin asustarse demasiado. Entonces será tarde para apartarlos de ese tétrico subconsciente, salvo los pocos que se encontrarán «dentro» y frente a frente con el Dios verdadero.

Necesitamos más Evangelio, más actos y actitudes cristianas y menos cuentos del pasado. Nuestros niños, jóvenes y también los adultos necesitamos un buen bagaje de hábitos, convicciones profundas, certezas y evidencias interiores, que nos mantengan firmes en el Camino, la Verdad y la Vida. Lo demás es paja, muchas veces paja inmunda. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

P.D.:

Muy recomendable la lectura del libro «Matar a nuestros dioses», obra póstuma del Hno. José María Mardones (marista, fallecido en 2006). Lo puedo enviar en formato digital a quien me lo solicite a mi dirección de correo electrónico: jairoagua@gmail.com